Camille Vannier tiene chispa y no tiene vergüenza para contar sus miserias personales, la combinación perfecta para convertir Imbécil en un despiporre

¿Es Camille Vannier (Paris, 1984) la autora de cómic más divertida del momento? Es una pregunta complicada, porque en esto del humor cada cual tiene sus gustos. Lo que difícilmente se le podrá discutir a Vannier es el título de campeona de la desvergüenza, porque nadie como ella se atreve a rebuscar en sus pequeñas miserias personales -ya lo hizo en el divertidísimo Sexo de mierda (2022) para exponerse con un único fin: hacer reír. Ahora baja al barro con Imbécil (Astiberri, 2024), un volumen que solo con los títulos de las tres partes en las que se divide declara sus intenciones: ruín, loser, borracha. 

Ni siquiera hay que pasar de las solapas para empezar a sonreír, ya que Vannier ha recopilado en las mismas algunos comentarios reales que le han dedicado en las redes sociales: “No digo que la chica no tenga chispa a la hora de escribir, pero francamente si me pongo un lápiz en el culo dibujo mejor”. Luego, en las guardas, tenemos una Camille infinita tropezando una y otra vez con la misma piedra. Y a partir de ahí, comienza la sucesión de anécdotas: de intervenciones capilares mal ejecutadas a lamentables incursiones por el proceloso mundo del trabajo temporal, pasando por coincidencias imposibles (y tanto), como dormir en las mismas sábanas que (supuestamente) usó Brad Pitt. 

Los pasajes que más brillan son aquellos en los que la autora no tiene piedad consigo misma. A veces fruto de la desconfianza hacia otros, otras de una autoconfianza a prueba de bombas, el caso es que Camille acaba siendo víctima de sus propias decisiones. Un huracán de insensatez capaz también de llevarse a otros por delante, como en el memorable episodio dedicado a una intoxicación alimentaria, fruto de una incursión culinaria con nata caducada: “Así es como por primera vez en mi vida, con cuarenta años -¡¡Trentash y nuevesh!!-, vomité y me cagué encima a la vez”. 

Confesiones

Las confesiones de Vannier en primera persona entroncan con los temas y preocupaciones que otras talentosas cómicas actuales han llevado a la pantalla a través de la ficción. El lanzamiento de este cómic ha coincidido en el tiempo con el estreno en plataformas de series como Such Brave Girls o Class of ’07, dos propuestas muy distintas -una, costumbrismo británico despiadado en la línea de Fleabag; la otra, survival australiano gamberro- que coinciden con Imbécil en ese dejar a las protagonistas con las taras al aire, lo que les confiere, paradójicamente, un carisma indestructible.

Fondo y forma van de la mano. El característico dibujo de Vannier, que no tiene problema en deformar caras, cuerpos y extremidades para enfatizar el ridículo (especialmente graciosos son los culos respingones) refuerza el efecto cómico. Lo mismo ocurre con las acotaciones, que hurgan en la herida. Lo que para algunos usuarios de redes es “dibujar con el culo”, no es otra cosa que la reafirmación de un estilo y una forma de narrar que dejan atrás lo accesorio, lo bonito, para ir directos a los mecanismos más básicos -y por tanto más puros- del humor.

Como en la vida misma, y más cuando hay tanto que contar, algunas de las anécdotas no son tan redondas como otras, quizás porque por fidelidad con los hechos -y con su propia conciencia- Vannier no remata con un final al estilo Bruguera, sino que deja tal cual la bajona del momento. Esto, en realidad, no resta, si no que aporta, ya que Imbécil es un felicísimo recordatorio de lo importante que es asumir los defectos como parte indisoluble de nuestro estar en el mundo.